Por
Welnel Darío Féliz
Hace
algunos días un familiar necesitó de una transfusión de sangre. Los médicos que
le atendían pedían dos pintas lo más prontamente posible, pues su pérdida era
recurrente y su hematocrito se tornaba preocupante. Debo confesar que es la
primera vez en mí ya mediana vida que me veo en la necesidad de tales
diligencias, por lo tanto, necesariamente la inexperiencia hizo estragos y de
alguna manera me encontré desprovisto de las posibilidades de una diligencia
rápida.
Como
era normal, acudimos primero al banco de sangre nacional, la Cruz Roja
Dominicana, con la premisa de que debíamos llevar un donante para obtener dicha
sangre. Como alguien que donara se tornaba dificultoso, acudí a un buen amigo,
donante voluntario, quien gentilmente me ofreció su tarjeta, en donde
certificaba que allí –en la Cruz Roja- él tendría dos pintas disponibles.
Con
la tarjeta en las manos y la receta de la sangre, nos apersonamos a la famosa
“puerta 8”, en donde nos comunicaron que debíamos llevar la cédula del donante
y, además, tres cc de la sangre de la paciente para hacer el correspondiente “cruce”.
Me sorprendió el derrotero del procedimiento, no como tal, sino porque desde la
clínica en que nos pidieron la sangre, debieron pues suministrarnos el tubo con
los cc para el cruce, pues ellos sí conocen lo que hay que hacer. En adición,
nos comunicaron que de las dos pintas que el donante tenía en su libreta, solo
nos podían entregar una, por lo que debíamos buscar a otra persona.
Raudo
me comuniqué con el gentil amigo donante, quién me esperó un tiempo
considerable para aportarme su cédula. A la hora de los acontecimientos, seis y
algo de la tarde, transitar la ciudad era poco menos que un caos. Con la cédula
en las manos, crucé nuevamente parte del polígono central rumbo a la clínica a
buscar la muestra para el “cruce sanguíneo”. Allí la espera no fue tan amplia,
pues ya se avanzaba en dichos menesteres y partimos entonces nuevamente a la
Cruz Roja y ¡oh sorpresa! Nos comunicaron que allí no tenían esa sangre
disponible… y punto.
La
frustración nos embargó, pues entonces había que “sabanear” esa sangre… Y nos
preguntamos cómo era posible que la persona que nos atendió (la misma por
cierto) no nos dijo desde un principio que dicho líquido no estaba en
existencia; simplemente o no le importó fijarse en el tipo de sangre la primera
vez que acudimos a ella o cualquier otra razón le impidió: solo sé que la
negligencia estuvo presente y tal provoca males mayores a las personas, pues se
trata de la salud, de la vida.
Desorientados,
como dije, sin experiencia, no nos quedó más que indagar con quien sea o como
sea los lugares más próximos en donde vendan sangre. Mientras hablábamos entre
nosotros, los vigilantes apostados en la puerta, que como holgazanes, estaban
tirados o mal sentados en los bancos allí colocados, nos escucharon o se
imaginaron que no habíamos encontrado la sangre, por lo que intervinieron en la
conversación. Ellos nos señalaron dos o tres bancos de sangre, aunque nos
advirtieron que no acudiéramos a uno que, al parecer, no era recomendable. Allí
mismo, apelé a un teléfono “inteligente” a indagar los bancos de sangre
existentes en la ciudad, y, para mi sorpresa, tuve que teclear bastante para
localizar una denominada red, que contenía las informaciones de dichos bancos,
con sus teléfonos, a los cuáles llame, sin poder comunicarme con ninguno.
Frustrados, nos dispusimos a visitar personalmente los lugares que estuviesen
lo más cercano posible.
Allí,
en la puerta de salida de la Cruz Roja, nos encontramos con una persona que
estaba en una situación similar a la nuestra y convenimos en que ambos
preguntaríamos, donde fuéramos, por el tipo de sangre que necesitáramos y si
tal aparecía, nos comunicaríamos: una ayuda mutua sensible. Partimos entonces
al Centro Médico UCE, luego al laboratorio Referencia, de allí a Cedimat y a
Centro Médico Plaza de la salud y a otros lugares más, sin que en ninguno de
esos sitios tal líquido estuviera en existencia. Rondaba ya las diez y tantos
de la noche y la sangre no aparecía, mostrándonos entonces más frustrados aun.
En varios de esos sitios preguntamos si ellos tenían la manera de saber si en
algún banco de sangre tal tipo existía y nos comunicaron que ellos no tenían
contacto o comunicación para saber si algún otro banco la tenía, asimismo, nos
sorprendió al disimilitud de precios, que ronda, en la Cruz Roja, desde los
2,100 pesos (precio por el hecho de estar interno en una clínica privada, pues
a los que provienen de los hospitales públicos solo le cobran 1,900), hasta los
5,000 que costaba en Referencia, y en todos los lugares había que llevar un
donante.
Desanimados
y sintiéndonos casi fracasados, frustrados por el ineficiente sistema de salud, decidimos, como era obvio, continuar con la
búsqueda, hasta que apareciera y acabara las peripecias de la sangre. Allí
sopesamos acudir al “lugar prohibido” que nos habían advertido los vigilantes
de la Cruz Roja, pero la duda premonicionista de una de nuestras acompañantes
nos hizo cambiar de idea. Yo indagué los centros autorizados por el Ministerio
de Salud y vi tal banco de sangre, de allí que defendí al Estado y sus
capacidades, encontrándome con la acentuación de la duda. El lector juzgará por
sí mismo la situación vivida, pues no es comprensible que la intervención de un
vigilante opere contra la operación de un Banco de Sangre, pero tal parece que
la ineficiencia del Estado y sus efectos dañinos puede ser evitada por la
experiencia de dichas personas. Aquí me es difícil definir el estado de
vulnerabilidad en que nos encontramos, pues mi sentido común me dice que debo
creer al Estado y su capacidad de vigilancia, pero el conocimiento pragmático
de esos guardianes me hizo dudar en torno a dicha eficiencia. Ello se acentuó
con uno que otro gesto que algunos médicos externaron posteriormente.
En
medio de esas disquisiciones sonó el teléfono. Era la amable persona que nos
comunicaba que nuestra sangre estaba disponible en el Banco de Sangre del
Oncológico. ¡Qué alegría sentimos! Pues las peripecias tras la sangre
acabarían. Allí, al filo de las diez y tantos, las jóvenes de turno nos
atendieron, aclarando que normalmente no vendían la sangre sin donantes, pero
que a esa hora no lo aceptaban o era imposible hacer los estudios de lugar para
la donación y dada la emergencia, no quedaba más remedio que satisfacer el
pedimento. Pagamos 3,500 por cada pinta. Nuestra estadía allí, de poco mas de
una hora, fue de lo más amena y relajante, pues ya nos acompañaba la felicidad
de haber encontrado el líquido que durante varias horas habíamos buscado y,
además, nos entretuvo bastante una conversación a viva voz de algunos de la
seguridad, en la cual al unísono discriminaban a los homosexuales. Allí un
vigilante que no compartía el criterio de los demás se nos acercó y entabló una
agradable conversación, aclarando nuestra suerte, la cual supuestamente se
debía a que al otro día no habría allí intervenciones quirúrgicas. A poco rato
salimos con ese líquido de la vida, el cual fue transfundido sin problemas a
nuestra paciente.
No
recuerdo la hora en que llegué al hogar, pero sí me acompañó el sabor amargo de
la desdicha que sufre el pueblo desposeído, aquel que vive en manos de un
sistema de salud que mata en vez de dar vida. Es incomprensible cómo con la
existencia de una red de bancos de sangre existe tan basta desinformación. Cómo
nos acompaña la inseguridad de la ineficiencia. No entendí cómo en un Estado
tan “moderno”, algo elemental y fundamental sea al mismo tiempo tan difícil de
obtener, dejando a las personas a su suerte. A su muerte. Esa es la realidad,
la oculta verdad de nuestra República Dominicana.
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