lunes, 22 de septiembre de 2014

Construyendo el Nacionalismo Populista

Por Welnel Darío Féliz

La historia, sin entrar en sus diversas definiciones, es el estudio y análisis de los acontecimientos acaecidos a los seres humanos. Pierre Vilar sostiene que el conocimiento histórico consiste en “comprender y en esforzarse por hacer comprender los fenómenos sociales en la dinámica de sus secuencias” (Pensar Históricamente, Instituto Mora, 2001). Los fenómenos sociales que refiere Vilar, y su “comprensión en la dinámica de sus secuencias”, sugieren claramente el estudio de la historia en un contenido totalitario, que abarque las situaciones políticas, las sociales, las ambientales, económicas, culturales y demás, pero todas dentro de su propio contexto, secuencias y consecuencias. Es así que la historia nos permite comprender las sociedades actuales a partir de la evolución secuenciada de la sociedad, los seres humanos y del Estado. A quienes compete este estudio es a los historiadores.

Los acontecimientos acaecidos, vistos como hechos por la generalidad, no nos permiten comprender la evolución de las sociedades, sino en la medida en que esos acontecimientos son analizados secuencialmente, estudiando sus causas y consecuencias, y transmitidos a las presentes y futuras generaciones. Es entonces en ese proceso de transmisión en nos encontramos con la problemática del conocimiento de dicho pasado.

Desde el surgimiento de las sociedades, su evolución siempre fue contada, primero por la oralidad, posteriormente por historiógrafos. Dicha transmisión de la historia, según Joseph Fontana, “ha sido elaborado para justificar y transmitir lo que se considera importante para su estabilidad” (Historia, análisis del pasado y proyecto social, Crítica, 1982). Dicha estabilidad no solo refiere al sostenimiento del cuerpo político que controla el espacio físico o geográfico, el Estado, sino, al social, en la medida en que mantienen los elementos religiosos, genealógicos y culturales propios de lo que se denominó nación. De allí la función de los monumentos públicos sobre eventos políticos y relativos a actuaciones populares (estatuas, tumbas, cañones, fuertes); o aquellos que tienen que ver con el sostenimiento y respeto por lo cultural y religioso.

Dentro del contexto de los objetivos de la transmisión esta la enseñanza de la historia. Precisamente, el Estado ha creado toda una estructura educativa que permite inculcar el proceso histórico dominicano, buscando transmitir lo que “considera importante”, no necesariamente para su estabilidad económica y política, sino para crear un proceso antagónico que sitúe a la sociedad dominicana en un rango de preponderancia, culturalmente dependiente de una sociedad superior, pero sin un objetivo claramente definido. Es así que mientras se vive y se proclaman avances en todos los órdenes, el contraste es la miseria social que campea en todos los sectores, desde la falta de salud, agua, viviendas, alimentos, energía eléctrica, hasta los más bajos niveles educativos y la violencia. Si bien en la percepción somos un pueblo desarrollado, en la práctica diaria somos inferiores, desarrollando el denominado “complejo de superioridad”.
Sobre este complejo Alfred Adler explicó: “Todo complejo de inferioridad tiende a ser compensado por superioridades imaginarias, que pueden suscitar en el individuo creaciones geniales o desviaciones patológicas. Este juego entre situación y aspiración se da también en las colectividades, y la tendencia del individuo a identificarse con el grupo lo conduce a superar su complejo personal, atribuyendo al grupo, para bien o para mal, una superioridad”.

El sostenimiento del complejo de superioridad ha sido una meta del Estado desde los días de la independencia, aunque acentuado en el último siglo. Esta proyección de la historia no ha sido transmitida por la oralidad, sino que ha sido parte de la construcción de la misma por parte de muchos historiadores, los que no solo han analizado los procesos con poca o ninguna base científica, sino que los han instrumentalizado para los objetivos de ese sostenimiento y ciñen sus estudios a una comprensión muy sesgada de la historia. Esa es la que nos enseñan, como vimos, en todos los niveles educativos, moldeando así nuestro conocimiento del pasado.

Allí entonces subyace un problema fundamental. Puesto que se trata de una historia tendenciada, instrumentalizada y justificadora, abandona el análisis objetivo de los procesos, culminando con el desconocimiento de los mismos por parte de la población.

El desconocimiento de la historia, aunque parezca poco creíble, trae consecuencias nefastas para las sociedades. Incluso, es posible observar que muchas de las actuaciones de los que dirigen las instituciones del Estado están imbuidas de un desconocimiento de los procesos históricos, por lo que han cometido errores garrafales que han llevado al país a serias dificultades y obligado a tomar decisiones repentinas y poco sustentadas, lo que indica con claridad la falta de definición y objetivos del Estado y una clara improvisación en sus actuaciones estatales.

Desconocerse a uno mismo genera incomodidades y resultados muy negativos. Asimismo, que una nación desconozca su historia conlleva aun peores secuelas. Y es que un conocimiento sesgado de los procesos históricos, como el transmitido por la historiografía, puede generar reacciones negativas, que traen consigo exclusión, provocación, odio, intolerancia, maltrato y persecuciones para con otras naciones y sus nacionales. Estas actuaciones son sostenidas por un denominado patriotismo, que se acompaña de un nacionalismo que busca alimentar la identidad dominicana, el que podemos identificar como un nacionalismo populista.

John Lukacs sostiene que “Estas inclinaciones y tendencias difícilmente se pueden separar del conocimiento que una persona o una nación tiene de sí misma, incluida su historia. Un conocimiento deficiente, unido a un deficiente sentido de la historia, es lo que separa el nacionalismo populista del patriotismo a la antigua usanza”. (El Futuro de la Historia, Turner, 2011) Y es que, sostiene “el patriotismo suele ser defensivo, mientras que el nacionalismo populista es agresivo”. Mientras que en el patriotismo se busca la defensa de la nacionalidad frente a ataques directos contra la soberanía, el progreso colectivo y el desarrollo social, el nacionalismo populista nos impulsa a los ataques verbales o bélicos contra otras naciones, con todas las armas mediáticas que se emplean y los términos peyorativos que caracterizan dicha agresividad. Ese nacionalismo populista instrumentaliza al pueblo sobre la base de explicaciones históricas mediatizadas, creando en ellos irracionales sentimientos e animadversiones sociales, con el objetivo de lograr una hegemonía particular sin efectos positivos colectivamente.

No era raro ver, ante una muy comentada decisión de un tribunal, que algunos la justificaban con las palabras “había que hacer algo por la nacionalidad”, “mandar un mensaje de soberanía” y “resolver un problema”, enviando mensajes violentos y despreciativos a los miembros de la nación más afectada, llegando, incluso, a solicitar afectar las relaciones internacionales del país. Muchos sectores se han podido mantener en la vida pública nacional sobre la base de este desconocimiento de la historia, de este nacionalismo populista.


Lukacz llega a ciertas conclusiones que de alguna manera nos toca. Sostiene que “cuando más reciente es un estado nacional, más burdo e inmaduro es su nacionalismo”. De allí es posible que cuando comencemos a analizar la historia, cuando la enseñanza de la misma sea diferente, cuando dejemos de instrumentalizarla, entonces, creceremos y dejaremos de proclamar un nacionalismo populista.

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