Por Welnel Darío Féliz
Es
conocido que Las Cachúas de Cabral escenifican su celebración los tres
días siguientes al Viernes Santo, esto es, sábado de gloria, domingo de
resurrección y el lunes. Este último día todo culmina con un gran
desfile popular por el pueblo, el cual recorre algunos barrios –El
Centro, La Peñuela,
Parte del Pueblo Arriba y El Llano- hasta culminar en el cementerio,
rindiendo honor a los cachúas fallecidos con un repique de foetes y la
quema del judas. Las particularidades de este último día son parte
fundamental de toda la festividad, pero no siempre ha sido así, sino que
es producto de causales histórico-sociales, tanto de influencias de
decisiones estatales como religiosas, coaligadas con imposiciones
populares que constituyeron respuestas y resistencia a impedimentos del
desarrollo de la costumbre que indujo la iglesia y el ayuntamiento.
Desde
que se tienen noticias Las Cachúas salían a las calles el sábado de
gloria y domingo de resurrección. Ellas arropaban el pueblo a las diez
de la mañana, a poco de producirse el repique de campanas que anunciaba
al mundo la resurrección de Jesús. El impedimento religioso impuesto
venía de la mano de la vieja costumbre del respeto por los días santos,
que obligaba a que toda la Semana Santa
se produjese un recogimiento de la gente, lo que implicaba desde la
cesación de toda actividad productiva, hasta, incluso, prohijar un
absoluto silencio. Tal costumbre tendía a denotaba el dolor de la gente
por la muerte –o el asesinato- de Cristo, el cual convertía en felicidad
a celebrar su resurrección el sábado, seguido de la quema del muñeco
que representaba a judas, acompañado de todo tipo de gritos, vituperios,
fiestas y alegría. Aunque a comienzos del siglo XX en la región no se
guardaba la Semana Santa con tal
sumisión a la costumbre, por lo menos desde del Jueves Santo hasta el
sábado a las diez de la mañana se asistía a un recogimiento casi total.
Como
Las Cachúas son populares, no estaban –ni están- exentas de toda
influencia proveniente del Estado o los estamentos religiosos, de allí
que salían a sus fiestas y al mismo tiempo eran una muestra de alegría
por la resurrección de Jesús. Las diez de la mañana era esperada por el
pueblo para disfrutar de esa vieja costumbre, en la que el cada rincón
se convertía en dominio absoluto de Las Cachúas.
La
religiosa costumbre de la fiesta de la resurrección y la quema del
judas a las diez de la mañana del sábado de gloria experimentó cambios.
Hacia la mitad del siglo XX se comenzó a cuestionar el momento de la
festividad de resurrección, principalmente en el hecho de que entre el
viernes a las tres de la tarde y el sábado a las diez de la mañana no
habían transcurrido tres días, lo cual era incongruente con la Biblia, la cual establece que Jesús murió y resucitó al tercer día.
Ante tal situación, en 1951 el Papa dispuso una reorganización de los ritos y celebraciones de la Semana Santa y sometió este nuevo orden al concilio de los Cardenales, que
lo aprobó el 19 de julio de 1955, ratificada por el Papa Pío XI el 16
de noviembre del mismo año. Orientó esta disposición, a que se realice
una vigilia el Sábado Santo, “repicando Gloria” a las 12 de la media
noche del domingo y quemando el Judas después del repique de campanas.
Este
mandato religioso, que entró en vigencia en el 1956, generó un cambio
inmediato en Las Cachúas, puesto que en mucho dependía de la costumbre
católica, les fue prohibido y se abstuvieron de salir el sábado,
esperando el repique de gloria a las 12 de la noche.
A
la par de esta decisión eclesiástica, situaciones y festividades de
Estado generaron cambios. Precisamente, a inicios de ese año la ciudad
Santo Domingo –entonces ciudad Trujillo- se engalanó con la celebración
de la Feria de la Paz
y Confraternidad del Mundo Libre. Como tales celebraciones coincidieron
con el carnaval, estas últimas fiestas fueron pospuestas, a los fines
llevar a cabo un festejo en grande, organizando las autoridades un corso
florido. Para evitar contradicciones con la iglesia católica y las
costumbres populares, se decidió celebrar este corso florido el domingo 1
y lunes 2 de abril, después de la Semana Mayor, declarando, mediante la Ley 4409, del 22 de marzo de 1956, el lunes 2 como día de fiesta nacional y por lo tanto no laborable en todo el país.
Ese
día no laborable fue aprovechado por Las Cachúas y extendieron su
celebración hasta el lunes, cumpliendo así con ese “día de fiesta
nacional” a su manera, bajo el beneplácito de las controladoras
autoridades y la mirada indiferente de la iglesia. Según algunos
octogenarios y nonagenarios entrevistados, el aprovechamiento también
estuvo motivado por el impedimento religioso de no disfrazarse el
sábado, de allí que tal acción constituyó una respuesta al coartamiento
de la costumbre de la festividad, hasta el punto de que todos los años, a
partir de 1956, los lunes fueron un día mas de fiesta popular cachúa,
logrando recuperar el sábado en los primeros años de la década de 1960
–se considera que a partir de 1962- y siendo desde entonces, ya no dos
días –como era hasta 1955- sino tres.
Como era normal, en los años siguientes a 1956 como el judas se quemaba a
las doce de la media noche, tal costumbre perdió cierta vigencia,
siendo mantenida y reivindicada por Las Cachúas como parte de sus
celebraciones, pero trasladando la quema para el lunes, en el
cementerio, apoderándose y cambiando así una festividad puramente
encabezada por la iglesia y el ayuntamiento a ser una costumbre
netamente cachúa, siendo una característica muy particular de ellas en
los años siguientes. Ese judas asumió nuevas connotaciones a partir de
1962, cuando se asumió, en adición al judas traidor, al judas calié,
representativo no solo de aquel discípulo que luego vendió a su maestro,
sino del delator trujillista que denunciaba a todo aquel opositor al
régimen.
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