Por Welnel Darío
Feliz
Estamos en una
intensa campaña electoral. De tan importante e interesante acontecimiento ningún
dominicano está ausente o es indiferente. De alguna forma, el efecto de la política
nos toca, sea directa o indirecta, pues es esa actividad la que puede definir
el futuro inmediato colectivo del país, espacio geográfico en el que estamos
todos.
La campaña
constituye el paso previo a la más genuina expresión de la democracia: El
ejercicio del voto. Allí, la igualdad que proclama la Constitución se
concretiza, pues el pueblo elige, por mayoría, a quien entiende y él se
convierte en el primero entre sus iguales, el encargado de administrar los
recursos de la comunidad jurídica y aquel en quien subyace la obligación de
brindar bienestar a todos los dominicanos, e incluso, a los extranjeros
residentes legales e ilegales.
Como jefe de Estado
y de gobierno la Constitución concede al presidente atribuciones específicas y otras ambiguas, muchas de las cuales son
ampliadas y varias concedidas por las leyes. Tantas y tan variadas atribuciones
son en realidad imposibles de ejercer personalmente con eficiencia, de allí que
el presidente se rodea de tantos ministros y funcionarios como sean necesarios.
Así, al momento de elegir a un presidente, no se elige solamente a quien lo
sustituirá en caso de ausencia temporal o definitiva, o sea, al vicepresidente,
sino, por igual, a todo un ejército de seguidores que le acompañarán en la
difícil tarea de administrar un Estado.
Dadas esas
situaciones, el ejercicio principal de los derechos ciudadanos consagrados en
el artículo 22 de la Constitución, no es simplemente el acto, la acción de
marcar una boleta y depositarla en una urna,
sino que es la concreción de una operación que debe ser pensada y
analizada, que debe ser puesta en perspectiva, en orden de prioridad, una decisión
y actuación no sentimental, sino concreta, definida, palpable, motivada por los
elementos objetivos que permitan en lontananza visualizar el sostenimiento,
crecimiento, desarrollo y transformación del Estado como ente jurídico y por
ende de la sociedad y de los hombres, mujeres, adolescentes, adolescentas, niños,
niñas, párvulos y párvulas que la componen.
No se trata
exclusivamente de elegir un hombre que sea inteligente, sabio o con pocas dotes
intelectuales, buen administrador, jurista, calmado, enérgico, espontaneo,
coloquial, muy refinado o natural, critico, franco o cauteloso, sincero o disimulador, feo o bonito, calvo o con cabello,
con barriga o sin barriga, gordo o flaco, de tez oscura o clara, con bigote o
sin bigote, de tal o cual partido o de tales o cuales condiciones. Es elegir a
alguien que demuestre un absoluto respeto por la Constitución y las leyes, que prometa hacer cumplir a
cabalidad el significado del Estado social que proclama la Carta Magna, que
posea sensibilidad social para detectar los problemas que afectan a la sociedad
y emplee los medios para solucionarlos, que viva en el pueblo, por el pueblo y
para el pueblo, que esté rodeado de hombres con las mismas inquietudes, que
posea como proyecto una distribución equitativa de los bienes estatales, que
voltee su mirada a los 48,358 kilómetros cuadrados del país más allá de los 90
del Distrito Nacional, que comience a tomar las medidas necesarias para
fortalecer la educación básica y media, que ponga en práctica mecanismos para
el acceso a servicios de salud eficientes, que impulse el desarrollo agrícola
como fuente fundamental de alimentación y riquezas, que prohíje el empleo y
combata la inseguridad social, que levante las obras que necesita el pueblo en
todo el territorio nacional, que priorice la seguridad alimentaria, social y
física de los infantes, que contribuya a paliar el déficit de viviendas y cree
una ambiente de paz y bienestar en cada habitante de esta poco más de media
isla.
Un presidente amigo, ameno, afable, no distante, que no sea cerrado ni elitista, que no vea el Estado democrático como una monarquía, un poco menos global y más insular, sin ambiciones de control estructural ni protagonismo histórico, un presidente como sus iguales, que no construya su imagen mediáticamente a expensas del Estado, ni se sienta volar como águila mirando el país desde el tope de las doce millas del espacio aéreo, un presidente que no sienta por encima de todos los dominicanos.
Así, el votante que se apersone al colegio electoral el próximo 20 de mayo se apresta a elegir a su representante por los próximos 4 años. Son cuatro años, 1,460 días, 35,040 horas, 2, 102,400 minutos y 126, 144,000 segundos. Cada uno de ellos los viviremos. Es posible pensar en algún momento en el bienestar del país.
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