Por Welnel Darío Féliz
Las primeras décadas del siglo XX iniciaron con la intención del Estado dominicano de fortalecer su presencia en desoladas zonas fronterizas. Por entonces, se enfrentaba una situación social y económica: los haitianos se aventuraban a penetrar por la frontera, tras la producción agrícola y la cría de ganado, es así que se decidió fundar algunas colonias agrícolas como muro de contención a la presencia de aquellos habitantes.
Al poco tiempo esa política dio sus frutos. Hacia 1927, se creó la colonia Pedernales, en la frontera suroeste, próxima a la desembocadura del río Pedernales y frente al pueblo haitiano Anse-a Pitre. Esta colonia no poseía visos de dominicanización sustentado en lo racial, sino solo en el fortalecimiento de los espacios territoriales dominicanos. La indicada colonia fue poblada con habitantes de la región, principalmente de Duvergé, Enriquillo, Barahona, Cabral y otras localidades, al poco tiempo, comenzó un proceso de comercialización e interacción entre los habitantes de ambos países.
Las relaciones no se quedaron en lo social y económico. A partir de 1915 y en los años siguientes, se reasumieron los espacios de colaboración política que existieron en 1861. Varios de los nacionalistas dominicanos apoyaron a sus homólogos haitianos en su lucha contra la ocupación de los Estados Unidos, problema común por entonces. Américo Lugo fue uno de los intelectuales que, desde sus espacios y su tribuna periodística Patria, mantenía una constante campaña en favor de la liberación de Haití. Asimismo, los dominicanos respaldaron la guerra de guerrillas contra el invasor que encabezó Carlomagno Peralte, en las cercanías de la frontera, entre 1917 y 1919.
La ascensión de Rafael Trujillo al gobierno del Estado en 1930 inició un proceso diferenciador y particular en las relaciones sociales entre los dominicanos y los haitianos. Al poco tiempo de asumir la dirección del Estado, delineó una definida política excluyente sustentada en lo racial la cual excluía aquellos de origen africano de raza oscura, pero dirigida a lo que se delineó el pueblo de ese origen: Haití.
Esa política racial excluyente la llevó al plano de la acción genocida. En 1937, en toda la zona fronteriza dominicana, pero principalmente en el norte, se llevó a cabo el asesinato de más de 3,000 haitianos que vivían en aquellos lugares, en una acción que ha recibido múltiples explicaciones, como la de consolidar la presencia dominicana, crear efecto sicológico que evitara el incentivo migratorio o, como expresión Jean Price-Mars, “una provocación a la guerra”.
A esta acción le siguió la concreción de la política racial antihaitiana. Trujillo dispuso el pago de impuestos altísimos (300 pesos), para los inmigrantes de origen mongólicos y los habitanes no caucásicos nativos del continente africano y daba preferencia a los de tez clara. Es así que al entrar inmigrantes de tez oscura al país, debían pagar mucho que de los de tez clara.
Esa política racial y social frente Haití fue adquiriendo matices históricos e ideológicos. Manuel Arturo Peña Batlle realizó un estudio de la historia dominicana y principalmente del problema fronterizo, en la que planteó una diferencia en los orígenes de ambos pueblos, situando al dominicano como de ascendencia hispana y al haitiano como africana. Asimismo, Peña Batlle situó el atraso del dominicano y su pobreza en la falta de desarrollo colectivo y al aislamiento, pero la culpa de ese atraso la tenían los haitianos, provocando un enfrentamiento entre ambos pueblos. Joaquín Balaguer siguió a Peña Batlle, planteó el origen de los males sociales en criterios biológicos, en la actitud de las personas, pero por igual toda la culpa de esos males la tenían los haitianos.
En los años siguientes se desarrolló toda una política social que situaba a los haitianos como la ralea que dañaba a la sociedad dominicana, considerados por ellos como seres inferiores con deficiencias fisiológicas, enfermizos endémicamente, sin atractivo étnico y por demás sin importancia alguna para la economía del país. Debían así ser rechazados, ignorados y despreciados. Toda esta política fue acompañada de análisis históricos, tergiversados, manipulados y condicionados, en la que el pueblo dominicano sufrió vejámenes de todo tipo, asesinatos, exclusiones, ofensas y atraso. Toda esta situación racial y de exclusión social fue disfrazada como un asunto de soberanía, de identidad, de desarrollo social y humano del dominicano, que comenzó a delinearse como persona, como dominicano, teniendo como contrapartida al haitiano. Se consideró entonces superior, descendiente de españoles a sí mismo desarrollado y creó barreras sociales excluyentes.
A toda la propaganda antihaitiana se unió el fortalecimiento del territorio fronterizo, con la creación de provincias en aquellas regiones y sus cercanías, como fueron Benefactor (San Juan, 1938), Libertador (Dajabón, 1938) San Rafael (Elías Piña 1942), Bahoruco (1943) Jimaní-Nueva Era-Independencia (Independencia, 1949) y Pedernales (1958). A ellos también se agregó una profusa campaña toponímica, que desarraigó del país nombres de pueblos, calles y lugares con raíces francesas que fueron consideradas haitianas.
Sin embargo, al mismo tiempo que el Estado impulsaba el antihaitianismo en la sociedad y provocaba sismas internos, permitía que los terratenientes y los ingenios contrataran mano de obra del vecino país, recayendo en ellos la producción azucarera, pero también laboraban en los cafetales, cacaotales, arrozales y otros lugares, en los cuales eran explotados. Esa política racial trujillista se impuso en la sociedad, se implantó en las escuelas y fue enseñada secularmente a los niños y jóvenes y adultos.
Muchos de los contratados para la laborar en los ingenios no regresaron a su país, tampoco aquellos que penetraban de forma ilegal, ellos fundaron familias, tuvieron hijos, recrearon su cultura y se arraigaron e integraron a la sociedad dominicana. Esa presencia haitiana continuó su curso, aunque se enfrentaban a realidades sociales diferentes, a escenarios de exclusiones, a desigualdades, pues la política estatal había contribuido a transformar a las generaciones de la dictadura en sus relaciones con Haití.
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