Por Welnel Darío Féliz
Este veinte de mayo el pueblo dominicano se apresta a elegir a su
presidente para los próximos cuatro años. Es la culminación de un proceso que
debería ser sencillo, con las debidas promociones, propagandas, adhesiones,
propuestas, debates, consultas y otras acciones propias del sistema
democrático. Pero tal no ha ocurrido. Ha sido una campaña traumática,
caracterizada por las acusaciones mutuas, las ofensas, las mentiras, los manejos
de palabras, las tergiversaciones y otras cuantas cosas más que no caben en
este párrafo. Asimismo, ha sido muy particular, principalmente por los miles de
movimientos, partidos, grupos, personas –artistas, deportistas, escritores,
relojeros, joyeros, aguacateros, arroceros, empresarios, domésticas,
jardineros, vendedores, colmaderos- que han mostrado su apoyo a uno u otro
candidato.
Por igual, se trata de una lucha intensa por la estabilidad económica
personal: unos no quieren salir y otros quieren entrar al tren gubernamental.
Como de tal se trata, no han faltado las presiones en las oficinas públicas, ni
tampoco las intervenciones telefónicas, las invitaciones imperativas, la
colocación de grabadoras y micrófonos en lugares de trabajo, el acecho, las persecuciones,
las cancelaciones, los temores. Todo va acompañado de una presión de los grupos
hacia los partidos y de estos hacia las personas, buscando el encuadramiento,
la adhesión pública, sin escatimar esfuerzos, erogación de fondos para
agenciarse apoyo, negocios con cédulas, pagos por traslados, en fin, todo tipo
de acciones que permitan lograr una mayoría que permita dominar el Estado. Con
el triunfo de tal o cual candidato, los movimientos, grupos y personas
consideran tener el futuro asegurado. Se podrá ver luego el pugilato por el
control de las arcas públicas, a un dirigente de un partido al frente de una
oficina estatal, a tal buscando una colocación, lloverán las quejas, los
gritos, los lamentos y los arrepentimientos. Es un verdadero pandemónium lo que
vive y vivirá el país.
Lo cierto es que asombra cómo un pueblo civilizado, con un sistema
educativo actualizado y de primer orden, con una bajísima tasa de
analfabetismo, inserto por completo en la tecnología, con influencias de
procesos eleccionarios de países desarrollados y con estadios superiores en
materia electoral, con una experiencia de más de 160 años en tales procesos y
con una conciencia que debe estar definida, aun se arrastre en una campaña con
los matices de las que se llevaban a cabo en centuria decimonónica. Una mirada
a las elecciones en el tiempo solo nos dice que en realidad no hemos avanzado y
que en el 2012 todos actuamos igual, con las mismas acciones, actuaciones y
mañas que las de finales del siglo mencionado. El ejemplo de las elecciones en
Barahona en 1886 nos ilustra.
En junio de 1886 se celebraron las elecciones para elegir al presidente
de la República. En aquel certamen los candidatos eran Ulises Hilarión Heureaux
(Lilís) y Casimiro Nemesio de Moya. Fue una campaña intensa y tenebrosa, en la
cual se aplicaron todo tipo de acciones para doblar el pulso colectivo a favor
de Heureaux. Para alcanzar sus metas, Lilís hizo de todo: amenazó, encuadró a
los gobernadores bajo su control y a los comandantes de armas, compró conciencias
y ofreció recursos para el manejo de los datos en cada ayuntamiento, imprimió
temor entre los empleados públicos, empresarios, inversionistas, políticos y
todo aquel que pudiese influir en las elecciones. En adición, prohijó la
creación de comités municipales de apoyo a su candidatura, los que se
encargaban de canalizar las acciones, para expiar, delatar y hacer cada cosa a
favor del candidato.
Tal campaña estuvo caracterizada por la división de los grupos. Los más
conservadores: militares, comerciantes, empleados y otros, apoyaron a Lilís,
pero los jóvenes con ideas de progreso, algunos influenciados por los aires
renovadores que oteaban en el cielo de la República apoyaron a De Moya, un
apoyo tan profuso, que al decir de Gregorio Luperón este contaba con la mayoría del país (Notas biográficas, T-III, p. 219).
Barahona era uno de los pueblos, al decir de Jaime Domínguez, en que De
Moya concitaba más apoyo (La
Dictadura de Heureaux, P. 18), de allí que dirigió sus cañones a lograr cambiar
tal situación. Su primera acción fue asegurar la adhesión de José Dolores
Matos, gobernador del distrito y del comandante de armas de la villa, así como
de los encargados de cantones, secciones y otras comunes de la comarca.
Posteriormente enfiló hacia los regidores y el síndico. En principio Lilís
ofreció pagarles para que le den su apoyo y si tal no era aceptado, por lo
menos que cambiaran el resultado de las votaciones.
Pero allí Lilís se
encontró con un verdadero valladar de conciencia. La mayoría de los integrantes eran jóvenes (
el ayuntamiento estaba integrado por Manuel Coiscou, Jaime
Mota, Alejandro Michel, Leopoldo Michel, Candelario de la Rosa, Nicolás Lembert
y Elías Franco y por el síndico Francisco Vásquez) que respondían a los
criterios y propuestas liberales, de allí que de forma enérgica su presidente,
Coiscou, expresó que la misiva tenía
palabras ofensivas a la corporación y que debía contestársele que la
corporación se sujetaría en las elecciones al estricto cumplimiento de su deber
y que lo único que le ofrecía la corporación era la equidad y legalidad en sus
actos, sin que tuviera por eso que remunerar a la corporación en modo alguno
como el ofrecía en su comunicación
(Sesión 3 de abril de 1886. AGN, libro 1, Barahona), recibiendo el apoyo de
todos y autorizando se enviara a Lilís. Pero tales declaraciones provocaron un
revuelo en el pueblo, comentarios, críticas y oposiciones, interviniendo el
gobernador, optando luego por no remitir tan tajante negativa.
A finales
de abril, el comité Heureaux-Imbert de Puerto Plata llamó a todos los
ayuntamientos a apoyar y hacer propaganda a favor del dueto, lo que levantó la
indignación del edil barahonero, contestándole que no se ocupa en asuntos de
elecciones y que solamente atenderá en ella en los días de recibir los votos y
hacer sus actas, pues así se lo prescribe la ley de elecciones. Sí les
ofrecemos la legalidad en nuestros actos, que es cuanto podemos ofrecerles (Cartaal
comité Heureaux-Imbert, 11 de mayo de 1886. AGN, libro 6, Barahona, copiador de
oficios).
Esa
carta, que si fue remitida, levantó la indignación del comité de Barahona
(integrado por Nolasco Suero, Carlos Michel y Manuel María
Féliz), del gobernador y de varios regidores que vieron peligrar sus intereses
y comenzaron a instigar contra los demás. Con todo, el presidente del edil se
mantuvo incólume, al igual que otros regidores –como Jaime Mota y Candelario de
la Rosa- los que contaron voto a voto sin doblegarse a la presión política y
social. El certamen lo ganó Lilís 159 a 530.
El triunfo de Heureaux, aunque no oficial a
nivel nacional, pero si local, inmediatamente dividió al ayuntamiento y generó
un caos social e institucional. Las presiones, las amenazas, los vituperios, el
temor infringido y toda clase de aptitud hacia los firmes miembros del edil
provocó la lejanía absoluta de algunos y el levantamiento de Candelario de la
Rosa, el cual se retiró al monte a luchar, no solamente en apoyo a De Moya
quien encabezó la rebelión en el Cibao, sino tras su propia protección, pues
era perseguido y rodeado de inseguridades.
El ayuntamiento duró entonces unos tres
meses sin operar, prácticamente sin sala capitular ni síndico, lo que sumió en
el caos al pueblo: Las calles se ensuciaron, cerraron las escuelas, no se
pagaron los impuestos ni operaron los servicios públicos, pues no había dinero
para pagarles. El 24 de agosto se reunieron para tratar de solucionar tal
situación, pero las amenazas llovieron nuevamente y se retiraron definitivamente
de sus funciones.
Tal situación sumió en el caos al
ayuntamiento, cuyo síndico, apoyado en el gobernador, dirigió las elecciones
ordinarias para elegir a los nuevos regidores y al síndico, los cuales debían
tomar posesión el 1ero de enero de 1887. Pero era tanta la desestabilización
social e institucional, emocional, las presiones, las críticas y las amenazas,
que se tomó la decisión de que los nuevos regidores tomaran posesión un meses
antes. Para que tal traspaso fuera legal, se convocó la presencia de algunos de
los antiguos regidores, quienes asistieron en tal única ocasión a los fines de
lugar. Los nuevos regidores y el síndico eran lilisistas, entre ellos, los que
integraron el comité Heureaux-Imbert en Barahona.