Por Welnel Darío Féliz
Este seis de junio se cumple el centenario del natalicio de María África
Gracia Vidal, conocida por todos como María Montez. Ha sido una conmemoración
apoteósica, impresionante, que ha abarcado desde la presentación de sus
películas, obras teatrales, reedición de libros, programas de radio y de
televisión dedicados a ella, hasta su entrada al mundo filatélico, con la
presentación de un sello postal. Asimismo, asistimos a la puesta en servicio
una de una plaza en el solar donde estuvo la vivienda en que nació y a los
inicios de la construcción de un centro cultural con su nombre.
Todos estos actos y muchos más no mencionados están precedidos de
acciones particulares y gubernamentales dirigidas a recordar a la artista, como
lo es la integración de una numerosa comisión organizadora de los eventos –19
miembros-, la presentación de una resolución en el Senado al efecto, la
aprobación en la Cámara de Diputados de un proyecto de ley que crea un museo
dedicado a ella y varias conferencias y conversatorios sobre su vida.
Sin entrar en muchos detalles sobre la vida particular, social y
artística de María Montez, vale decir que se trató de una emprendedora mujer,
cuya belleza cautivante logró impactar de tal manera, que se convirtió en una
de las artistas más llamativas en la escena cinematográfica, principalmente a
partir de su proyección ante la nueva tecnología que se abría paso en el cine,
el technicolor, en la década de 1930. En adición, participó en obras teatrales,
posó para importantes revistas de los Estados Unidos y latinoamericanas e hizo
vida literaria, al escribir dos libros y poesías.
María Gracia fue de impacto nacional artístico en su época, al punto que
fue condecorada con la orden Juan Pablo Duarte y la Orden Trujillo (decretos
1370 y 1371, del 1 de septiembre de 1943), ambos reconocimientos otorgados con
el objeto de “…ofrecerle los mayores estímulos a su carrera” y, además, “…crear
incentivos para los artistas del país”, los que con buenas actuaciones y
desarrollo daban a la República Dominicana una proyección internacional.
Como es fácil deducir, es indudable que a Montez le pertenece un sitial
dentro de las artes del país, un lugar cimero como una de las primeras artistas
dominicanas que lograron penetrar y triunfar el difícil mundo hollywoodense, y
es ineludible la obligación del Estado de exaltar su memoria y legado, para con
ello, tal como dijo Trujillo “crear incentivos” entre los dominicanos, jóvenes
y adultos que pertenecen a esta generación.
Sin embargo, sin menoscabo de todos y cada uno de los merecidos actos y
exaltaciones, en su área, María África Gracia Vidal se queda allí, en el cine,
en el celuloide lejano y abstracto, en el nombre, en su “reinado”; queda allí
en algún distante y no muy emulado ejemplo de artista; queda allí en la
dominicana que partió, trabajó, triunfó, se desarrolló y murió, no más, queda
en la farandula. ¿Qué más, en lo social, en lo político, en lo económico, en
las ideas, en las ciencias, en las luchas por la democracia de aquel entonces,
en su entrega en pos de un mejor conglomerado social, podemos encontrar que nos
aportó María África Gracia Vidal?
¿Cuántos dominicanos en otras tierras tuvieron aportes aun más
significativos que María Montez y no son recordados, muchos de ellos siquiera
conocidos? ¿Cuántos dominicanos se
rasgaron el alma, perdieron propiedades, familiares y bienes y hasta la vida y
nadie los menciona? ¿Cuántos soportaron los sinsabores de la las dictaduras y
lucharon a favor de los grupos humanos del país y ni siquiera se conoce su
nombre?
¿Conocen la mayoría de los dominicanos a Andrea Evangelina Rodríguez
Perozo? Busqué algún acto que recordara el centenario de su natalicio –que fue
en 1979- y no encontré. Acaso no anda por allí el nombre del Doctor Rodolfo
Coiscou Carvajal (nacido en Barahona en 1867). Indagué, asimismo, alguna
comisión como la que nos ocupa que celebrara los actos del natalicio de
Mauricio Báez – que lo cumplió en 1910- y no hubo un solo decreto de
recordación (solo hay que ver las hijas de Mauricio Báez, las que viven
postradas en la pobreza y la miseria), aunque la Comisión Permanente de Efemérides
Patrias realizó algunas actividades en la barriada y escuelas de su nombre. No
recuerdo de alguna comisión o actos majestuosos en 2007, al conmemorarse el
bicentenario del nacimiento de Antonio Duvergé, como decía Joaquín Balaguer,
“el centinela de la frontera”.
Valga decir que en este mismo año, dominicanos ilustres y con más
aportes que María Montéz a la sociedad dominicana conmemoran su natalicio:
Héctor Inchaustegui Cabral, banilejo ilustre, nacido el 25 de julio de 1912, Antonio de la Maza, nacido el 24 de mayo de
1912, entre otros, y no he visto tanta celebración y reconocimiento como a la
que nos ocupa y puedo decir que ninguna. Para el próximo año varios también
caen en el mismo renglón: Pedro Mir, nuestro Poeta Nacional, Hilma Contreras y
tantos otros dominicanos de importancia capital para el país, sobre los cuales
no hay ninguna comisión organizadora de eventos.
Más allá de las conmemoraciones, es notorio como, con frecuencia,
nuestros héroes locales y sociales son olvidados, aquellos hombres que
contribuyeron con nuestra sociedad, que se fajaron día y noche para lograr una
patria justa, que han vivido y luchado en beneficio de la colectividad. Estos no
son siquiera conocidos. Lamentablemente, sectores fraguan criterios y los
imponen, nos hacen creer hasta el convencimiento quienes son los dominicanos
que hay que emular y reconocer, muchos de los cuales no merecen la mitad de
tales, frente a tantos conciudadanos que se ofrendaron en aras de la justicia
social y la libertad.
Ojalá y así como a María Montez, algún día veamos tales reconocimientos
a tantos barahoneros y suroestanos, en fin, a dominicanos forjadores de una
patria justa y para la colectividad. Ojala que se formen comisiones permanentes
para las exaltaciones relativas a ellos, que erijan museos regionales, se
presenten conferencias locales, todo dirigido a que el pueblo conozca los
hombres y mujeres de su pasado que contribuyeron a construir la barahoneidad y
la dominicanidad.